Cuando el doctor en química Hernán Orgueira dejó la Argentina para realizar un posdoctorado anual en los EE.UU., no imaginó que ese tiempo se convertiría en 12 años de estudio y trabajo en el exterior. Menos aún, que regresaría al país para participar aquí en la producción del principio activo de uno de los principales medicamentos contra la enfermedad de Chagas, que había dejado de fabricarse a nivel mundial.

Un laboratorio privado fabricaba el fármaco (benznidazol) en Alemania hasta que en 2003 dejó de hacerlo. La droga no es fácil de elaborar y encima el esfuerzo no va acompañado de grandes réditos económicos. Ahora, bajo el concepto “sin ganancias, sin beneficios ni pérdidas”, y a partir de la articulación entre los laboratorios privados Maprimed (encargado del principio activo), Elea, la Fundación Mundo Sano y el Ministerio de Salud de la Nación, la Argentina se convierte en el único productor mundial del benznidazol.

Aunque el fármaco tiene muchos años de existencia y nada nuevo por descubrir, el gran desafío era desarrollarlo en el país en forma industrial y a un costo competitivo. Salvando las distancias, Orgueira es como una suerte de cocinero que tuvo que preparar un producto para muchas personas con una receta incompleta. Y como si fuera poco, un ingrediente principal sólo se conseguía en el exterior a un costo alto y en pocas cantidades, por lo que también tuvo que investigar cómo hacerlo acá. “No hubo transferencia tecnológica, no tuvimos la orden de manufactura donde está todo especificado”, explicó Orgueira, actual gerente de Investigación y Desarrollo de Maprimed.

—¿Cuánto tiempo se tardó en la obtención del principio activo?

—Generalmente, el tiempo mínimo que le lleva al laboratorio es de un año. Nosotros lo hicimos en cuatro meses, un tiempo récord porque trabajamos horas extras los fines de semana y durante todo el verano sin parar. Primero, se produjeron en el laboratorio siete kilos y en enero comenzó la fabricación industrial y se obtuvieron unos veinte kilos, que equivalen a unas 200 mil pastillas de cien miligramos. Ahora estamos trabajando en la optimización del proceso y la reducción de los costos.

—¿Cómo fue su regreso al país?

—Hace un año y medio vine para trabajar en Maprimed. Cuando terminé mi doctorado en la Universidad de Buenos Aires me fui a hacer un posdoctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts por un año, que se convirtieron en tres. Después, la situación económica argentina no estaba para volver porque era justo el momento de la crisis, por lo que me quedé trabajando allá y luego en Canadá para fabricar drogas contra el cáncer. Las ganas de regresar siempre estaban, y encontré esta oportunidad en la Argentina que no se me había dado antes.

—¿Cómo se siente con este desarrollo para el tratamiento del Chagas?

—Estoy feliz de poder hacer una droga que no hay, y que es tan necesaria para los sectores más humildes. No siempre se tiene la suerte de poder hacer una contribución así.

Aunque Orgueira –de 45 años, esposa canadiense y una hija– confiese que tiene el sueño interrumpido por pensar en cómo aumentar el volumen de la producción para que se realicen más tratamientos, está contento. Entre tantas cosas, ahora su padre –un mecánico de autos– podrá ver el resultado de tantos años de estudio, al igual que miles de enfermos de Chagas que recibirán el tratamiento en forma gratuita.

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