El mal de Chagas es un problema circunscripto al Gran Chaco.
Falso. No sólo la vinchuca, el vector del parásito Trypanosoma cruzi, que causa la enfermedad, está ampliamente distribuida en el país («con mayor o menor ocurrencia, llega hasta Trelew», según explica el doctor Ricardo Gürtler, investigador del Laboratorio de Ecoepidemiología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA), sino que un nuevo mapa de riesgo de tener el mal de Chagas elaborado a partir del análisis de 18.000 millones de llamadas y mensajes telefónicos muestra que hay zonas con alta probabilidad muy alejadas del área endémica. Entre otras, Retiro, San Isidro, Ushuaia…
Este valioso instrumento se acaba de presentar en el XVII Simposio Internacional sobre Enfermedades Desatendidas, organizado en la Academia Nacional de Medicina por la Fundación Mundo Sano y el Instituto de Investigaciones Epidemiológicas.
«Lo que generamos es un mapa de «calor» o de riesgo de la Argentina, que nos indica dónde hay gente potencialmente infectada -explica el doctor en matemática Carlos Sarraute, graduado en la UBA y actualmente director de desarrollo de GranData Labs-. Nos da una herramienta para guiar campañas de detección.»
El modelo que desarrollaron Sarraute y su equipo es lo que se conoce como «grafo social», donde los nodos son las personas y los llamados son los vínculos.
Los científicos no tienen ni los nombres de los hablantes ni los números de teléfono, que están encriptados. Sin embargo, en ese inconmensurable universo de datos pueden buscar distintas propiedades. «Por ejemplo, podemos inferir la edad y el género de los usuarios en función de cómo y con quiénes hablan por teléfono -explica Sarraute, que se vinculó con la Fundación Mundo Sano a través de Adrián Paenza, integrante de su consejo asesor-. Teniendo la información para un subconjunto, el desafío es predecirla para el resto. Y se puede hacer con alta confiabilidad.»
Armados de esta capacidad de análisis, los investigadores se propusieron enfrentar el desafío de geolocalizar la gran población de personas potencialmente infectadas, que no conocen su estado y no acceden al tratamiento.
«Partimos de la hipótesis de que la gente que tiene un alto nivel de comunicación con el Gran Chaco es muy probable que haya vivido o viaje regularmente a la zona -detalla Sarraute-, por lo que tiene mayor probabilidad de haberse infectado. Lo primero que hicimos fue inferir la casa de cada usuario. A lo largo de la semana, el lugar desde donde hizo las llamadas a la noche lo consideramos su hogar. Y marcamos en el mapa antenas donde más del 30% de la gente tiene comunicaciones con el Gran Chaco. Aparecieron lugares inesperados. Ubicamos focos de posibles portadores hasta en el sur del país.»
«Esto permite combatir la creencia de que el Chagas es sólo un problema del Gran Chaco -agrega Carolina Lang, que con 22 años es estudiante de Ciencias de la Computación en la UBA y participó en la investigación-. El riesgo en estas zonas, algunas de las cuales están en la Patagonia, es mayor que tomando a alguien al azar en la población.»
Según Diego Weinberg, biólogo que coordina los proyectos relacionados con la enfermedad de Chagas en Mundo Sano, «lo interesante y lo trágico del Chagas es que no se requieren muchos avances tecnológicos ni para la prevención ni para el tratamiento de la enfermedad, ya que existe un medicamento efectivo, el benznidazol. Lo que hace falta es articular todos los pasos para poder cubrir desde el control del vector hasta la detección y el tratamiento de las personas portadoras del parásito».
Se calcula que en la Argentina podría haber entre 1,6 y dos millones de chagásicos, pero las estadísticas son muy endebles y no se conocen con precisión ni la cantidad de infectados ni la de transmisiones verticales (de madres a hijos).
«Alrededor del 30% de las personas infectadas desarrollarán la patología. El 70% puede tener el parásito y no presentar las lesiones [cardíacas y digestivas] típicas -explica Weinberg-. La transmisión vertical, dependiendo del tipo de trypanosoma, tiene tasas que varían entre 2 y 7%.»
El diagnóstico y la medicación para el Chagas son gratuitos, de allí la importancia de poder ubicar a los potenciales pacientes.
«Hay una brecha muy grande entre los que están diagnosticados y los que reciben tratamiento -afirma Marcelo Abril, director de programas y proyectos de Mundo Sano-. A los chicos se les hacen dos prácticas: al nacer, se buscan anticuerpos [contra el parásito], pero eso no tiene valor diagnóstico porque pueden ser de la madre, y se hace la búsqueda directa del parásito en una muestra de sangre tomada del cordón umbilical. Es la norma, y debiera ser la rutina, aunque no siempre lo es. De cualquier manera, si la madre es positiva, el no hallazgo del parásito no se puede tomar como un negativo definitivo. Por el contrario, el hallazgo del parásito es un positivo definitivo. Lo que se indica es esperar diez meses, traer al niño al sistema de salud y buscar anticuerpos de nuevo. Si a los diez meses tiene anticuerpos, van a ser del propio niño, lo que implica que recibió la infección en la gestación.»
Según explica Abril, las mejores respuestas al tratamiento se observan en niños, cuanto más jóvenes mejor. Sin embargo, en los últimos años se reunieron evidencias de buenos resultados en adultos. «Hoy, la norma deja explícitamente abierta a cualquier paciente en la etapa crónica de la enfermedad la posibilidad de solicitar el tratamiento -asegura-. Si hay una persona positiva para Chagas, corresponde la terapia, salvo que haya una contraindicación.»