Silvia Gold revoluciona desde la Fundación Mundo Sano el tratamiento y la detección de un mal olvidado. En el Madrid más noble, un portal de molduras antiguas en una señorial esquina. Arriba, un piso se asoma al paseo de La Castellana en este otoño amarillo y gris. Sofás de diseño, arte moderno, peonías blancas y una mesa de alguna exótica madera con un tacto templado e irresistible. Es un espacio para tomar el té, hablar quizá de Marcuse o de la arquitectura de Foster. Nadie se imagina que en esos tres salones pulcros y encadenados que se abren al cielo de Madrid se libra una batalla contra las enfermedades olvidadas. Nadie lo creería hasta que comienza a hablar la argentina Silvia Gold, una mujer contracorriente: flamante propietaria de un imperio farmacéutico y la persona que ha liderado la revolución contra la enfermedad de Chagas en el mundo. Qué lejos de allí quedan las paupérrimas aldeas de la Argentina infestadas de vinchucas y de enfermos sin tratamiento. Y a la vez qué cerca.
Lo primero que vieron los ojos azules de la doctora Gold fue una familia de la industria farmacéutica en Buenos Aires. Su padre había construido el germen de una empresa próspera que ella contribuyó a ensanchar en España con los laboratorios Chemo. Hoy trabajan en 43 países. En 1993, falleció su padre, que ya había creado una fundación contra el mal de Chagas. Ella pidió a sus hermanos los estatutos y descubrió en su texto una frase que le cambiaría la vida. «Decía que la fundación funcionaba para retribuir a la sociedad todo lo que le había dado. Me decidí a ocuparme de ella». De primeras, pensó –como usted a principio de este artículo- que la enfermedad de Chagas era cosa lejana y del pasado. «Creía que era un asunto superado». Y no. Chagas solo estaba olvidado, y así sigue. Desde entonces, se dedicó a que esto cambiara y va por el buen camino. La fundación, que ha tomado el nombre de Mundo Sano, acaba de recibir el sello de buenas prácticas de Unicef.
Han conseguido cambiar notablemente el diagnóstico, las posibilidades de tratamiento de la patología, una de las enfermedades desatendidas de las que habla la Organización Mundial de la Salud: no se ven, no se detectan, no se estudian, no se tratan y en consecuencia, no se curan.
Esos estatutos le revelaron un mundo entero por arreglar. Ocho millones de personas en todo el mundo sufren el mal de Chagas, una enfermedad que transmite la vinchuca, una especie de chinche. «El insecto pica, pero el parásito está en sus heces. Al rascarse, se extienden las heces y la persona se infecta». El 30% de los infectados desarrolla síntomas, aunque esta cifra es etérea y veremos después porqué. «Pueden pasar diez o 25 años sin que se manifieste». El parásito se aloja en el corazón, que se hipertrofia, desarrolla arritmias eléctricas y necesita un marcapasos. Si no se trata, puede matar. Como en muchos casos, en fallecidos por dolencias cardíacas no se hace la autopsia, el Chagas es un asesino silencioso y oculto que enturbia las estadísticas. El parásito también pasa de madres a hijos, así que es una enfermedad viajera. «Pensamos en el Chagas en la aldea, pero está en las grandes ciudades».
Gold y los suyos se propusieron detectarlo y tratarlo, pero no era un asunto evidente. Afortunadamente, la doctora estaba a un lado y otro del mostrador: era activista y a su vez, propietaria del laboratorio. En los años 70, Roche fabricaba el Benznidazol para tratar la enfermedad, pero pasó la producción a una marca brasileña que se quedó sin stock. Los laboratorios argentinos recogieron el guante para producir la medicina a precio sostenible (100 euros el tratamiento) y aprobarla en el mayor número de países posible, un proceso notablemente difícil. En el mundo no hay otro más que el suyo. En Estados Unidos está aún pendiente de aprobación. Cuando llegó a España, 155 hospitales lo prescribieron a sus pacientes, un hecho «sin precedentes».
Sí, en España hay mal de Chagas. Para detectarlo se utilizan trucos simples y otros más complejos. En mayo de este año convocaron en el barrio Usera a personas que provinieran de zonas con Chagas (Argentina, Bolivia, Ecuador…) y se presentaron 700. El 20% estaba infectado. Se calcula que en España hay 60.000 enfermos. Muy pocos lo saben y quienes lo conocen, se callan. «Existe un gran estigma sobre este tema», dice Gold. En Argentina usan métodos ocurrentes, como el mapeo de llamadas telefónicas. Un programa analiza las llamadas que salen de una zona con el parásito. Si hay muchas a una ciudad, un barrio o un pueblo, acuden allí a buscar enfermos. Las maneras de encontrarlos son en ocasiones más evidentes: para buscar infectados argentinos, optaron hacer una campaña de análisis en el amistoso Sevilla-Boca Juniors disputado hace tres semanas. Los encontraron.
El camino avanza, pero queda trabajo por hacer. El próximo paso es conseguir que las asociaciones de especialistas informen a sus médicos del Chagas. «¿Parece mentira que no sucediera antes, verdad? Pero es así», dice la doctora Gold en el salón del cielo de Madrid en el que libra su improbable batalla. «Esta es una enfermedad de sorpresas. Ojalá en cinco años no tengamos que hablar de ella».
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