Profesión: epidemióloga

Edad: 64 años

Nació en Brasil. Se graduó como médica en la Universidad Federal de Goiás, y obtuvo un máster en epidemiología de la London School of Hygiene & Tropical Medicine. Fue la jefa del Microcephaly Epidemic Research Group, que testeó las hipótesis sobre la asociación entre el zika y la microcefalia.

La vida de la doctora Celina Turchi Martelli cambió para siempre una noche de septiembre de 2015. Ese día, la epidemióloga de la London School of Hygiene & Tropical Medicine con un doctorado en salud pública de la Universidad de São Paulo, recibió una llamada del Ministerio de Salud. Habían detectado que estaban naciendo muchos bebes con la cabeza pequeña y querían que averiguara qué estaba pasando.

«Recuerdo la primera semana que fui a las guardias de maternidad. Mi primera sensación fue que estábamos en medio de una guerra. Todos tenían esa extraña mirada. Las médicas infectólogas y los neuropediatras, las enfermeras y las madres… nadie podía entender qué estaba pasando -dice Turchi Martelli-. Ni en mi peor pesadilla imaginé que tendríamos que enfrentar una epidemia de microcefalia.»

Turchi Martelli, investigadora del Centro Aggeu Magalhães (dependiente del Instituto Fiocruz de Pernambuco) estuvo en Buenos Aires para participar del XVIII Simposio Internacional sobre Enfermedades Desatendidas, organizado por la Fundación Mundo Sano. Nacida en la región central de Brasil, se trasladó al Norte hace diez años. Allí la sorprendió la epidemia que conmovió al mundo y se convirtió en jefa del equipo que mostró la asociación entre el zika y la microcefalia. El año pasado, la revista Time la incluyó entre las personalidades más influyentes del planeta y Nature la consideró una de los diez científicos más relevantes del año.

«En 2015, todos los medios tenían titulares diciendo que había que prestar atención al dengue -recuerda-. Teníamos 1.500.000 casos y casi 900 muertes. Después vino la advertencia de la OPS sobre la inminente llegada del chikungunya. Todo el mundo estaba preocupado por el chikungunya y el dengue. Cuando un laboratorio identificó el zika, el Ministerio de Salud primero dijo «Esto no es importante, se va a ir solo». Pero seis meses más tarde empezaron a nacer los chicos con sus cerebros pequeños. Llegar a las guardias, donde normalmente veían 9 a 10 casos por año, y que en el pico de la epidemiallegaron a tener 30 a 40 casos por semana, cuatro o cinco por día… Era espantoso.»

-En un primer momento, hubo muchas dudas sobre las causas de la microcefalia. Entre otras cosas, se barajó la posibilidad de que se debiera a los larvicidas que se usaban para combatir al mosquito Aedes aegypti, o a la infección cruzada entre dengue y zika. ¿Qué evidencias encontraron para respaldar una relación causal?

-Existen criterios que nos permitieron sustentar esta hipótesis. El primero es la temporalidad: los bebes con malformaciones nacieron alrededor de seis meses después de la gran epidemia de zika, de modo que había una coincidencia temporal. Segundo, hicimos un estudio caso/control en el que comparamos a recién nacidos con y sin microcefalia, y sólo los primeros tenían el virus. Para marzo de 2016, ya había bastante consenso de que esto era algo nuevo, porque sabíamos que el virus podía causar un montón de cosas, pero no síndrome de zika congénito, que no sólo es microcefalia, sino también trastornos auditivos, visuales… Fue inquietante. Porque una enfermedad congénita, transmitida por virus, en un contexto urbano, es verdaderamente impredecible.

-En Colombia se siguió a 12.000 embarazadas que tuvieron el virus y sin embargo no hubo tantos casos de microcefalia.

-En Colombia fue muy diferente. Es un país donde el aborto terapéutico es legal y ya sabían sobre estas complicaciones, así que no estamos seguros de que no hubieran tantos casos o que no hubieran puesto en práctica otras medidas de control antes de que los bebes nacieran.

-Hay otros virus que causan microcefalia…

-Así es: rubeola, citomegalovirus… Y lo primero que pensamos fue que la microcefalia podía deberse a alguno de ellos. Pero buscamos toxoplasmosis, sífilis y otras infecciones, y los resultados fueron negativos. Es cierto que los genetistas eran escépticos. Creo que es bueno que la ciencia exija pruebas.

-¿Y qué pasa ahora, por qué este año no hay microcefalia?

-Hay algunos casos de síndrome de zika congénito, pero en números mucho menores. Es algo esperable, si uno piensa que es una enfermedad transmitida por vectores. Está la estacionalidad, y si uno tiene una gran ola en un país, luego hay que esperar a que haya más susceptibles [personas sin anticuerpos para el virus] en esa población. También hay que considerar que hubo estrategias de control, la gente está más alerta. El primer año después de la epidemia incluso bajó la tasa de fertilidad.

-¿Deberíamos esperar otro brote epidémico?

-Es una pregunta difícil de responder. Hay que mantener la vigilancia y los sistemas de monitoreo.

-¿Qué aprendizaje dejó esta experiencia?

-Esta fue la primera epidemia con redes sociales. Todo el mundo mandaba mensajes de whatsapp y cada uno tenía una hipótesis diferente. Buenas ideas, pero también fake news. Tuvimos que seguir todas las huellas… La primera lección de salud pública que sacamos de esto es que no hay que subestimar a ningún virus cuando infecta a una población sin defensas, y a un grupo urbano grande. Y para nosotros, los científicos, lo más importante es que tuvimos que cooperar. Fue algo muy diferente de lo usual, porque como científicos tenemos que competir entre nosotros, pero estábamos en una situación en la que los funcionarios venían a pedirnos respuestas. Empezamos a trabajar juntos muy rápido, a compartir datos, protocolos. Tuvimos que aprender a hacer las cosas al revés de cómo veníamos haciéndolas.

Nota completa: http://www.lanacion.com.ar/2083781-celina-turchi-martelli-la-epidemia-de-zika-fue-una-pesadilla-senti-que-estabamos-en-medio-de-una-guerra 

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